Varios


Existen saberes que son fines por sí mismos y que – precisamente por su naturaleza gratuita y desinteresada, alejada de todo vínculo práctico y comercial – pueden ejercer un papel fundamental en el cultivo del espíritu y en el desarrollo civil y cultural de la humanidad. En este contexto, considero útil todo aquello que nos ayuda a hacernos mejores.


Pero después de veintidós años de tan lastimosa indiferencia, ya no es empresa fácil encontrarlas, pues en aquel afamado jardín conventual, cerca de la Madeleine, que ha abonado el Terror con mil cadáveres, el rápido trabajo de los sepultureros no dejaba tiempo para contraseñar ninguna sepultura; acarreaban y amontonaban con toda rapidez, uno junto a otro, lo que la insaciable cuchilla impelía diariamente hacia ellos. […] La Convención había ordenado que los cadáveres reales fueran cubiertos con cal viva. De este modo cavan y cavan. Por fin resuena el pico al tropezar con una capa dura. Y por una liga semipodrida se reconoce que el puñado de pálido polvo que levantan estremecidos de la húmeda tierra es la última huella de aquella figura desparecida que en su tiempo fue la diosa de la gracia y del buen gusto, y que después fue la reina castigada y elegida de todos los dolores.


– ¡Aquí tiene usted una fotocopia! ¡Como podrá constatar, el camarada alemán no escribió «estudiante»!

Tomé la hoja de papel, me temblaban las manos.

No, no había escrito «Student», el camarada alemán desconocido. Influido sin duda por una asociación fonética, había escrito «Stukateur».

Contemplé la ficha, me temblaban las manos.

44904

Semprún, George Polit

10, 12, 23 Madrid. Span.

Stukateur

29, Jan, 1944


Pero las tendencias filosóficas del conde siempre habían sido básicamente meteorológicas. En concreto, creía en la inevitable influencia del clima, ya fuera benigno o inclemente. Creía en la influencia de las heladas tempranas y de los veranos largos; de las nubes amenazadoras y las lluvias delicadas; de la niebla, el sol y la nieve.Y, por encima de todo, creía en los cambios del destino a raíz de cualquier pequeña alteración del termómetro.

A modo de ejemplo, bastaba con asomarse a la ventana. Apenas tres semanas atrás, con la temperatura alrededor de los siete grados, la Plaza del Teatro estaba vacía y gris. Pero, tras un aumento de la temperatura media de solo tres grados, los árboles habían empezado a brotar, los gorriones se habían puesto a cantar, y había jóvenes y mayores sentados en los bancos. Si bastaba un aumento tan pequeño de la temperatura para transformar la vida en una plaza pública, ¿por qué no íbamos a creer que el curso de la historia de la humanidad era igual de susceptible?


Todos los países tienen un relato sobre su origen. En algunos se invocan mitologías clásicas o de origen divino, narraciones que los vinculan con algún acto sagrado de creación o con una civilización antigua, si bien, al menos en Europa, la mayoría de los mitos fundacionales se inventaron durante el siglo XVIII o a principios del XIX. En aquella época, historiadores, filólogos y arqueólogos nacionalistas quisieron trastrear el origen de sus naciones hasta la existencia de una etnia primigenia y homogénea, inmutable y portadora ya de todas las semillas del carácter nacional, cuya presencia veían en cualquier tipo de rastro que pudieran encontrar de los pueblos primitivos de sus territorio,


– Espera – dice con gravedad mientras escucho la metralla del agua golpeando sobre el techo del Nissan -, espera, que me he aprendido una frase del León el Africano, la novela de Amin Maalouf, para recitártela en un momento como este. Apúntala palabra por palabra.

-Vale.

– Un musulmán muere en el norte de África y el ulema que se dispone a enterrarlo dice: «Si la muerte no fuera inevitable, el hombre habría perdido su vida entera evitándola. No habría arriesgado ni intentado ni emprendido ni inventado ni construido nada. La vida habría sido una perpetua convalecencia. Sí, hermano, demos gracias a Dios por habernos dado el regalo de la muerte para que la vida tenga un sentido; la noche, para que el día tenga un sentido; el silencio, para que la palabra tenga sentido; la enfermedad, para que la salud tenga un sentido; la guerra, para que la paz tenga un sentido. Agradezcámosle que nos haya dado el cansancio y las penas, para que el descanso y las alegrías tengan un sentido. Démosle gracias. Su sabiduría es infinita».

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